Su imagen es tan icónica, gracias al cine, que probablemente todos nosotros la hemos visto en alguna ocasión Es el Monumento Nacional Monte Rushmore, un conjunto escultórico tallado entre 1927 y 1941 en una montaña de granito situada en Keystone, Dakota del Sur (Estados Unidos). En el están los jetos pétreos de 18 metros de altura de los presidentes estadounidenses George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln.
Entre otras razones, los geólogos recomendaron este enclave para tallar la piedra porque estimaban que la erosión le afectaría a una velocidad inferior a tres centímetros cada cien mil años (una estimación que solo ha resultado ser cierta para algunas partes).
La obra faraónica
El presupuesto de esta obra se fijó en 400.000 dólares, que incluían los honorarios de Gutzon Borglum, el encargado de esculpir las efigies (y que casualidades del destino había pertenecido por algún tiempo al Ku Klux Klan). Además de medir 18 metros cada cara, la boca de los presidentes mide 5,5 metros de ancho, y la nariz, 6 metros de largo. Hay espacio para que entre un coche dentro de la cuenca de cada ojo.
Borglum dio a los ojos un destello de vida dejando una columna de granito de unos 56 cm de largo a modo de pupila, que la luz del sol hace resaltar contra la sombra que ésta forma. Y el proceso era un poco bestia, como explica Bill Bryson en su libro 1927: un verano que cambió el mundo:
Esculpir la cara de una montaña era mucho más una labor de ingeniería y pirotecnia que de cincelado artístico. La mayoría de los rasgos eran detonados en la roca como por arte de magia. Hasta los acabados más delicados se realizaban con taladros neumáticos. La ambición del proyecto era desmesurada. (…) La posibilidad de una explosión mal calculada convirtiese a uno de los presidentes en una esfinge desnarigada creó mucha expectación; eso, junto al hecho de que Borglum no pareciese estar en sus cabeles y de que fuese siempre difícil trabajar con él, aseguró que la prensa no le quitase ojo de encima ni un segundo.
En total, se deshicieron 400.000 toneladas de roca para erigir esta extraña construcción de caras gigantes, algunas de las las cuales, como la de Rooselvelt, simplemente se escogieron porque Borglum había sido uno de sus mejores amigos.
La cámara secreta
También Borglum recibió el encargo de tallar el interior del barrancon una suerte de cámara secreta, tras las cabezas de granito. Lo que pretendía ser una majestuosa sala subterránea de 25 por 30 metros resultó siendo demasiado difícil de excavar.
Finalmente, fue utilizada para guardar unas cajas con paneles de porcelana en los que están grabados ciertos textos históricos de la historia de los Estados Unidos.
También hubo una cosa que no se incluyó en el plan final, aunque por muy poco. La idea era incluir bajo las cabezas de los presidentes una leviatanesca inscripción titulada “El cornisamento”, que presentaría la historia de Estados Unidos resumida en 500 palabras y talladas en letras tan grandes que pudiera leerse hasta a cinco kilómetros de distancia. Lástima, hubiera sido un rúbrica kitch a esta obra faraónica contemporánea que ya forma parte del imaginario colectivo.