No puedo negar que me ha sorprendido. Y es que, dar tu primer paseo por Moscú y que la primera cosa que te encuentres no sea una estatua de Lenin sino un puente con ocho esculturas metálicas en forma de árbol, llenas de candados, es cuanto menos chocante.
La moda en sí no es nueva. Los llaman “candados del amor” y desde hace aproximadamente cinco años cubren los puentes de ciudades como Florencia y Roma, en Italia; o Colonia, en Alemania.
La tradición (rescatada del olvido por Federico Moccia en su libro “Tengo ganas de ti”, pero cuyos orígenes se remontan a la década de los 80 en la ciudad de Pécs, Hungría) es bien simple: se ata un candado con los nombres de los enamorados y se arrojan sus llaves al río, como símbolo de fidelidad y amor eterno.
Por lo visto, la capital rusa tampoco ha podido resistirse a tan romántica costumbre, y desde 2006 cuenta con su propio “puente del amor”; en origen el Puente del Patriarca, hasta que las autoridades decidieron solucionar parte del problema “de orden público” que se estaba generando (pues cuando ya no quedó espacio en ese puente, los candados comenzaron a proliferar, cual setas en temporada, en tantos otros puentes de la ciudad) “plantando” el primer “Árbol Nupcial” en el cercano puente Tretiakovsky.
Éste puente, que cruza el canal Vodootvotny, paralelo al río Moscova, cuenta a día de hoy con ocho esculturas destinadas a recoger en sus ramas los sueños de los recién casados moscovitas.
Lo que comenzó como una moda pasajera, se ha convertido ya en toda una tradición y un ritual obligatorio en el día del enlace. Hay candados para todos los gustos: grandes y pequeños, blancos y violetas; aunque por supuesto predominan aquellos rojo pasión y con forma de corazón.
Cuando el árbol se llena por completo y no puede dar cabida a ningún corazón más, es trasladado a una orilla del canal, a pocos metros del puente, donde más de diez árboles viven también sus últimos días, componiendo un auténtico bosque de sueños oxidados.
Como no podía ser de otra forma, el pintoresco lugar se ha convertido ya en un verdadero foco de turistas, rusos y extranjeros, que no dudan en acercarse hasta allí para curiosear entre las firmas de los enamorados, hacerse una foto con las esculturas metálicas, e incluso con las parejas de recién casados si hubiese suerte.
Turístico o no, no se puede negar que el lugar es bonito y curioso. Y es que, al fin y al cabo,uno no se encuentra con un bosque del amor todos los días.