La capital de Hungría conserva su pasado turco combinado con rituales cristianos y es tan cosmopolita como cualquiera de las grandes ciudades europea. Budapest puede ser tan señorial como Viena y sus castillos pueden resultar tan de fantasía como los de Praga, pero tiene algo adicional que la diferencia: es una bisagra entre lo europeo y lo oriental, lo turco y lo germánico, lo religioso y lo pagano.
Budapest inspiró al compositor brasileño Chico Buarque, pero no para una canción sino para el título y la historia de su tercera novela, cuyo protagonista José Costa un escritor cincuentón llega a la capital de Hungría por pura casualidad.
Pierde su conexión de vuelo hacia Río de Janeiro y al verse obligado a pernoctar, casi de súbito queda cautivado por esta ciudad, atravesada por el río Danubio, y cuya lengua es “la única del mundo que el demonio respeta”, según reza un viejo proverbio.
José Costa decide mudarse para darle un viraje a su vida y nada mejor que Budapest.
Quizás ese encuentro repentino con la ciudad húngara es lo que viven muchos de sus visitantes, quienes llegan a ella por casualidad o porque forma parte de un paquete turístico en combinación con Praga y Viena, mejor promocionados como destinos.
Budapest puede ser tan señorial como la capital austriaca y sus castillos pueden resultar tan de fantasía como los de la ciudad checa, pero tiene algo adicional que la diferencia: es una bisagra entre lo europeo y lo oriental, lo turco y lo germánico, lo religioso y lo pagano.
El nombre de esta ciudad surge formalmente a finales del siglo XIX por la fusión de tres poblados: Buda y Obudá, en la margen derecha del río Danubio, y Pest en el lado izquierdo. Además incluye a la isla Margarita, en medio de esta corriente fluvial, adonde los aquincenses gentilicio algo extraño para los nativos de Budapest van los fines de semana a correr y montar bicicleta, lo que se convierte en un paseo recomendable siempre y cuando no sea durante una nevada en pleno invierno.
Ambos lados de la ciudad exhiben sus atractivos, quizás los de Buda tienen la ventaja de que están más cercanos unos de otros, no así los de Pest que requieren de mayores recorridos. Pero en cualquiera de los dos, la mejor forma de descubrirlos es a pie, aunque el metro y el sistema de tranvías también son alternativas.
Vale mencionar que el subterráneo de Budapest es uno de los más antiguos del mundo y las estaciones de su línea 1 se mantienen como fueron concebidas cuando se inauguró en 1896. Una opción para empezar a disfrutar de la ciudad es tomar sus trenes y bajarse en Vorosmarty. En la plaza del mismo nombre hay una de las pastelerías de obligatoria visita, la Gerbeaud House, perfecta para desayunar o merendar.
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Más hacia el noreste, por esta misma línea, está la estación Deák Ferenc, que sirve a la zona comercial de Pest. Ahí se mezclan tiendas de reconocidas marcas; las sucursales de cadenas como Zara, C&A y H&M; ventas de cristal de bohemia y, por supuesto, los lugares para comprar souvenirs: desde una franela o manteles de encajes hasta ristras disecadas de paprika, que es la variedad más picante del pimiento rojo, muy utilizado en la gastronomía húngara.
En esta misma zona se puede caminar hasta la basílica de San Esteban, la iglesia más importante para los húngaros, no sólo por llevar el nombre de su patrono, sino también porque está ubicada la capilla donde se encuentran los restos momificados del rey Esteban.
Son usuales los conciertos en este templo.
También está el Parlamento, conocido como la Casa de la Nación y cuyo edificio es considerado el tercero más grande del mundo. La visita debe hacerse de acuerdo con las horas establecidas y las personas que no sean ciudadanos de la Unión Europea deben pagar 3.200 florines, aproximadamente 16 dólares; los estudiantes no europeos gozan de un descuento de 50%.
Retomando la dirección de la línea 1 del metro, se consiguen las estaciones de Opera y Oktogon para ir al teatro o alguno de los restaurantes más costosos; y al final del recorrido está la de Hosok Tere para visitar la emblemática Plaza de los Héroes y el Museo de Bellas Artes.
La caminata por el lado de Buda debe partir de Várhegy, el distrito del Castillo de la Colina, donde se encuentra el Palacio Real que ofrece una de las imágenes más fotografiadas de esta ciudad como es la panorámica hacia Pest, teniendo en primer plano el puente Elizabeth y atrás la cúpula de la Basílica de San Esteban y el Parlamento.
Los interiores del palacio están alejados del pasado imperial de esta ciudad, sobre todo en sus años dorados que se vivieron con el rey Matías durante la segunda mitad del siglo XV. En la actualidad alberga a la Galería Nacional Húngara, la Biblioteca Nacional y los Museos de Arte Contemporáneos y de Historia de Budapest.
También está la iglesia de San Matías, otro de los símbolos religiosos y emblemas del catolicismo en Budapest, aunque los turcos la convirtieron en una mezquita a principios del siglo XVI cuando trasladaron a esta ciudad parte de las costumbres que tenían en Estambul en los años del Imperio Otomano.
Cercanas a esta iglesia, se puede concluir la jornada en horas de la tarde en alguna de las famosas pastelerías, bien sea la Ruszwurm, con una tradición de pasteles y dulces desde 1824, o la Rétesvár, de la que dicen que allí se come el mejor strudel de Budapest, por la variedad de sabores tanto dulces como salados. También se puede incurrir en el pecado de la gula y saborear ambas en seguidilla.
Vía: El Nacional